¿Puede una máquina crear arte? En 1824, un visionario holandés creó un aparato supuestamente capaz de competir con los mejores compositores de la humanidad. Descubre la emocionante historia del Componium, un artefacto revolucionario que cautivó la atención de todo París.
Las máquinas han tenido un rol más que ambiguo en el mundo de la música. Muchos las han visto con desprecio, creyéndolas innecesarias para un músico respetable. Y otros, se han servido de ellas para un sin fin de objetivos. Lo cierto es que, para una máquina, sería imposible componer una melodía con el ardor y profundidad con que lo hizo Bach, Beethoven, Brahms y muchos otros. Imagino poco que unos fríos cables sin vida, un mecanismo falto de espíritu, pueda tocar las fibras mismas del alma humana.
A pesar de todo esto, muchos científicos han intentado fabricar artefactos que compitan con los mejores compositores de la humanidad. Una de las curiosas máquinas compositoras, fue expuesta con gran éxito en París en el año de 1824; se le llamaba el Componium. Lo llevó orgullosamente a la Ciudad Luz un holandés que se hacía llamar el señor Winkel. El inventor aseguraba que el Componium podía componer variaciones, así como los elefantes podían volar; solo hacía falta que les amarraran un par de alas. La revista el Harmonicon de Londres, anuncio la buena nueva diciendo lo siguiente:
“La sorpresa de los asistentes fue inmensa, cuando escucharon cómo la máquina interpretaba las variaciones de Moscheles. Luego le dieron vía libre al aparato para que siguiera con su propia inspiración. La gente aplaudió fascinada, la aprobación era unánime, al punto que algunos se aventuraron a afirmar que se trataba de un milagro. Sin embargo, entre más se inspiraba la máquina, la incredulidad de la gente más aumentaba”.
De esa manera, se presentaba al mundo uno de los inventos más extraños del momento, al punto que muchos aseguraban que tanta inspiración solo podía venir de algún ser humano escondido en las entrañas del Componium.
El señor Winkel imaginaba que tarde o temprano llegarían a acusarlo de timador, de ser un simple mago y no un inventor, por lo que ya había preparado todo un arsenal de argumentos para responderles a los incrédulos. Además, en los días anteriores, invitó a varios miembros de la academia francesa de las ciencias, para que analizaran el Componium y dieran su veredicto. Así lo hicieron el 2 de febrero de 1824, llegando a una conclusión que dejaría a todos sin palabras.
El reporte final de la academia afirmaba lo siguiente:
“Cuando la máquina recibe algún tema en particular, lo descompone en variaciones e interpreta sus diferentes partes en todos los órdenes imaginables. Ninguno de los movimientos dura más de un minuto. Pero, como puede tocar los mismos temas en cientos de variaciones distintas, podría seguir deleitando con sus variaciones durante años, e incluso décadas”.
El análisis era inequívoco, el holandés Winkel había inventado una máquina que no componía música como tal, pero que la descomponía hasta el infinito. La diferencia no es poca, porque eso es justamente lo que separa a las máquinas del ser humano: la inspiración que se necesita para componer, para crear y para acariciar ese sexto sentido que alcanza el arte.
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Jannette Costa
Muchas gracias por esta informacion
No lo sabia.