Si hay algo en lo que los franceses son extremadamente hábiles es en aquello de la comida y pastelería. Tienen un nombre para cada postre que han inventado en su antiguo y perfeccionado talento de la repostería y entre mis preferidos se encuentra uno en particular que llamamos el pozo del amor o le puits de l’amour en francés. Uno de esos pasteles de hojaldre relleno de crema o mermelada que le alegran a cualquiera el corazón.
Pues bien, el pozo del amor fue bautizado así por el pastelero del rey Luis XV, y tiene una historia de esas que suelen ocurrir en París, de caballeros, doncellas y amores platónicos. Resulta que durante la Edad Media, en los tiempos de Felipe Augusto, existía un pozo entre la pequeña y la gran calle de los timadores llamado el pozo de la Ariana, uno de esos lugares poco recomendables de la capital como el nombre de las calles lo indica. Ahí llegaba la gente a llenar sus baldes de agua, botar la basura e informarse de cuanto chisme circulara en el barrio. En otras palabras, era un muladar donde se podían ver las cosas más extrañas del reino.
Cosas como la que le ocurrió a un tal Hellebic, un hombre poderoso que vivía a pocos pasos de este sitio y que había heredado el privilegio de cobrar impuestos sobre la pesca en el río. El hombre, de una cierta edad y con el mismo humor de una piedra, velaba por educar a su hija como la “doncella que debía ser”, es decir sin desviarse ni un sólo milímetro del catecismo.
Pero ya se imaginarán ustedes que su hija no entendía mucho de sistemas métricos y cultivaba en su jardín un amorío en el más estricto secreto; no fuera a enterarse su padre y terminara encerrada de por vida en un convento. Eso, claro está, sin saber que ya andaban buscándole un distinguido marido, algún gentilhombre o en el peor de los casos chambelán de esos que de vez en cuando se veían por las calles parisinas.
Agnès, como se llamaba la señorita, no sabía cómo contarle a su padre sobre el romance en el que andaba enredada con el hijo de la conserje, que si bien no tenia ni medio centavo, contaba con otras riquezas más importantes para ella.
Pero París es una ciudad de rumores y en casa no tardaron en enterarse de lo que estaba ocurriendo entre los matorrales del jardín. Hellebic se volvió la encarnación misma de la furia, le dijo a su hija cuanta barbaridad se le cruzó por la cabeza y el drama fue el hazme reír de la gente que venía hasta el pozo.
A pesar del escándalo, Agnès no dio su brazo a torcer y, más decidida que nunca, se escapó de la casa y llegó a toda carrera hasta el pozo de la Ariana donde había comenzado su romance. No se sabe si fue un accidente o si fue porque venía demasiado rápido, pero el caso es que la gente solo oyó un golpe seco, luego de unos instantes otro golpe extraño y luego un silencio total. No hubo más ruidos, ni más Agnès… mejor dicho, adiós Agnès.
La noticia llegó a oídos de su galán que, a su vez, salió corriendo para alcanzarla en el fondo del pozo o más probablemente en la otra vida donde ya se encontraba Agnès. La gente lo vio tan desesperado que se abalanzó sobre él antes de que lograra un verdadero salto mortal. Dicen que desde ese día la gente lo vio volver cada tarde a llorar al borde del pozo, y después los enamorados vinieron en procesión en busca no solo de agua sino de promesas.
Bueno, por lo menos eso ocurría a menudo antes de que el obispo de París pusiera fin a todos estos asuntos demoniacos del amor que se veían en el pozo y que a menudo se acompañaban de bailes extravagantes y música. Los peregrinajes se terminaron, la tradición se acabó y el pozo del amor fue acusado de anatema en 1558. Supongo que todas estas reverendas denuncias lo habrán ofendido tremendamente, porque poco después se negó a darle más agua a la ciudad, terminó por secarse y durante el reino de Luis XIV lo taparon.
Acabaron con él las historias de enamorados e, incluso, ya los parisinos no recuerdan que antaño la ciudad tenía varios otros con historias similares, como el famoso pozo que hablaba en la calle Mouffetard, según decía la gente. Hoy en día, solo queda uno de estos en la entrada del museo de arte medieval con sus dos gárgolas y rejas de hierro para recordarnos lo que fue alguna vez este París de leyendas medievales y, claro está, de pozos que enamoran.
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Claire Doebeli
Muy interesante y muy divertido.
Me encantan estos cuentod.
Gracias.
Rafael
Lo interesante de estas historias es que nos permite viajar e imaginar lo que sucedía en aquellos sitios populares centros del chismorreo y la diversión
Rocío
Historias maravillosas que nos permiten recrearnos en lugares y tiempos lejanos.
adjcv-user
Buenos días Rocío, qué amable eres con tu comentario. La idea es esa: llevarlos a otros momentos.
Alfonso Durango
Excelente narración nos traslada épocas de amores imposibles y convenidos, por titulos nobiliarios o dinero.
Agradable.
adjcv-user
Hola Alfonso. Qué bueno que te haya gustado nuestro artículo. Recibe un saludo.
Milena
Una historia, muy interesante, sobre todo recirdando esa época de romance.
adjcv-user
Buenos días Milena. Muchas gracias por tu comentario. Esperamos seguir leyéndote.
MARGARITA GONZALEZ
Por amor a veces se hacen cosas que ni llegamos a imaginar. Excelente relato me imagine toda la escena. Gracias por compartirlas.
MARGARITA GONZALEZ
DELICIOSO SERIA PROBAR ESE PASTELILLO CON HISTORIA Y TODO. GENIAL.
adjcv-user
Hola Margarita. Sí, es una buena idea comer y saber la historia detrás. Gracias por tu comentario.
Felipe Aguirre
Juank; Excelente historia, gracias por transportarme al pasado.
Un abrazo
Jerson
…qué cosas las del amor : a veces blanco con pepitas negras o viceversa !!