El museo del Hermitage cuenta con una colección excepcional de objetos en oro. Un equivalente del Museo del Oro en Bogotá, salvo que no solo se encuentran algunos objetos precolombinos sino objetos escitas, griegos, turcos y demás. Es una bóveda de seguridad donde solo suelen entrar rusos en grupos pequeños y en la que la circulación está restringida. Se debe ir con el guía y los visitantes no se puedes adelantar o atrasar en el recorrido.
A parte de estas reglas draconianas, la visita a la colección dorada del museo es un encuentro con algunos de los objetos más finos que existan. La prueba es que esas mismas piezas formaban parte del tesoro imperial de los zares y simbolizaban su astronómica riqueza. La visita es un paseo por el pasado de Eurasia, el territorio que separa a China de Europa y que hoy en día ocupa Rusia. En el recorrido se ven los tesoros de un enjambre de pueblos estrechamente relacionados con los griegos, romanos y persas y que normalmente son llamados escitas.
Estos habitantes del norte eran grandes jinetes que vivían de la doma de caballos y de los que los escritores antiguos, y hasta la biblia, hacen mención. Fue justamente ahí, en lo que en la antigüedad se conocía como el Ponto Euxinio, donde los griegos fundaron varias colonias y se fusionaron con los habitantes locales, y donde crearon los objetos en oro como las figuritas que hoy en día son el símbolo de la colección. Basta observarlas con cuidado para entender que, sin la tecnología actual, ningún joyero estaría en condiciones de reproducir alguno de esos objetos de arte.
El nivel de detalle supera al ojo humano, al punto que solo con lupa se logra apreciar cada uno de ellos. Ahí están expuestos, por ejemplo, los aretes con cientos de detalles en los que el visitante podría detenerse durante horas. Luego se exponen los collares de figuras inverosímiles, con delgados hilos de oro entretejido de hace más de cuatro mil años. Las figuras sagradas de ciervos y alces, típicas de los pueblos del norte, se unen a las gorgonas griegas. A la frialdad casi militar de las joyas escitas se suma la elegancia y sutileza griega.
Todo esto lo resume la figura del reno en oro macizo que recuerda a estos pueblos nómadas avanzando al campo de batalla con sus cascos cubiertos de cuernos, sus tatuajes con motivos inspirados en la naturaleza, como si fuera ella quien les diera la fuerza. Ese mismo poder que hicieron temblar los cimientos de Persia y Grecia cuando se lanzaron a la guerra. También es muestra de la asombrosa simbiosis entre Grecia, Roma y los escitas reflejada en la creación de objetos fabulosos.
El otro gran tesoro del museo es la colección de elementos de lo que actualmente es el sur de Rusia, el corredor por donde se llevaron a cabo las grandes migraciones que condujeron a la caída de Roma. Este es el paso obligado entre Asia y Europa. Así, en el Hermitage se pueden encontrar los arneses dorados con que los hunos decoraban sus caballos en su larga expedición desde Mongolia hasta Francia y los cascos ceremoniales y los pesados collares que mandó a fabricar con el botín de Italia.
Además, a las piezas de la colección se le suman vestigios de los vikingos, o los Rus, que bajaron desde Suecia hasta el Mar Negro y Caspio para dominar el río Volga y que llamaron a su país Rusia. Ahí se ven todavía los gruesos collares de plata que sólo un adulto fornido podría cargar. Cuentan que, como los vikingos no tenían moneda, pagaban a la gente con pedazos de collar, que iban rebanando poco a poco. De ahí que el rublo, la moneda nacional de Rusia, venga de la palabra rebanada.
Aparte de esos objetos decorativos únicos, el depósito del museo tiene gran parte de los regalos diplomáticos que los zares recibieron durante su reinado. Se encuentran, por ejemplo, los servicios de té que el Chah de Irán enviaba a Rusia o los sables cubiertos de esmeraldas colombianas que el Califa turco le hizo llegar a los emperadores después de una guerra. Aunque ninguno se compara con las miniaturas que llegaban desde China para deleite de los soberanos.
Más contemporáneas son las joyas con las que la familia imperial se decoraba en las ceremonias especiales y que cubren toda una sala. Algunas de ellas todavía gozan incluso de fama mundial como ocurre con las joyas de Fabergé, con las que el Estado soviético solía pagar una parte de su deuda externa.
Todos esos ejemplos y muchos mas se encuentran en ese lugar tan poco conocido del Hermitage. Sus bóvedas guardan objetos de todos los tiempos, que por sí solos podrían formar un museo independiente en el que se leen ocho mil años de historia de esta región del mundo.