Les comparto uno de mis escritos del 2011:
Como cada año, en septiembre se celebran las Jornadas Europeas del Patrimonio, una cita a la que París no podía faltar. Se abrieron, como es costumbre cada año, todos los monumentos históricos de la ciudad, y de todo Francia, para permitir una visita libre y gratuita del patrimonio histórico francés, incluidos lugares a donde normalmente está prohibido entrar. De hecho, en la vigésima-octava (28) edición, participaron cerca de 12 millones de franceses que visitaron los 16136 lugares abiertos durante el fin de semana.
Por todas partes la gente hacía filas enormes para ver, al menos por unos minutos, el interior de los sitios más prestigiosos que tiene la Ciudad Luz. Me refiero por ejemplo a la oficina del presidente de la República, los salones de la alcaldía, los corredores de ministerios y academias y, claro está, a la Biblioteca Nacional. Para muchos, fue la ocasión ideal para visitar el interior de la antigua sede de esta biblioteca; uno de esos lugares centrales para la historia de Francia donde se guardan tesoros inestimables que van desde la antigua Grecia hasta nuestros días.
El lugar se encuentra a pocos pasos de la Ópera Garnier, en medio de uno de los barrios más prestigiosos de París y es, contrario a lo que podríamos imaginar, un edificio de fachada sobria construido en 1724 que, sin embargo, sorprende desde la entrada con sus escaleras imponentes y un ambiente solemne que llama a la lectura. Anteriormente, esta era la sede principal de la Biblioteca, pero ahora aloja los departamentos de mapas, fotografías, manuscritos, monedas y medallas, artes del espectáculo e investigación bibliográfica. Todo esto sin contar con el fabuloso Museo del gabinete de medallas.
Este conjunto de libros y documentos que componen la Biblioteca Nacional son la herencia muy preciada del Estado francés reunida desde la noche de los tiempos. Contrario a su aspecto exterior, en sus entrañas todo está diseñado para dar una sensación de pompa, como ocurre en la sala de lectura Richelieu; un enorme salón ovalado de techos altísimos y una claraboya suntuosa cubierto de libros, con un aire de principios del siglo XX en el que se combinan el hierro, la madera y el vidrio. Las mesas rectangulares ocupan, en un orden estricto, cada espacio del recinto con sus lámparas de escaparates verdes de cristal y las luces amarillas de los estantes que lo hacen un lugar ideal para trabajar.
Aparte de esta sala, todo este conjunto acoge otros lugares de gran importancia como la galería Mazarina construida en 1646, que hace parte de la extensa lista de monumentos históricos de Francia, o como el Museo del gabinete de medallas, con una de las exposiciones más interesantes que tiene París. Se trata del antiguo gabinete del rey transferido desde Versalles en 1741, con una colección de miniaturas, medallas y objetos preciosos únicos en el mundo.
En él se encuentra por ejemplo el gran camafeo de ónice (el más grande conocido) comprado por San Luis en Constantinopla durante las cruzadas o el trono del rey Dagoberto del siglo VII. Eso sin mencionar los tesoros del rey franco Childerico, la copa que le regaló el califa Harun al-Rachid a Carlomagno o el mismísimo juego de ajedrez en marfil de este emperador.
Toda esta visita termina con una sorpresa aún mayor, cuando uno se entera de que en la sala de honor reposa el corazón de Voltaire. No había bastado con los manuscritos antiguos, la enorme sala de lectura o las joyas de los reyes franceses; esta historia tiene un detalle insólito, como suele ocurrir en Francia. Tras la muerte del filósofo a los 84 años, se hizo una autopsia por orden del marqués de Villette para dejar literalmente descorazonado a Voltaire. Y una vez hecho el despojo de su vital órgano, lo pusieron en un cofre de metal dorado dentro de un menjurje con alcohol en el que se leía: “Corazón de Voltaire, muerto en París el 30 de mayo de 1778”.
Tras la muerte del marqués, ninguno de sus herederos quiso guardar el trofeo y no fue sino gracias a la astuta idea del notario que decidieron ofrecerlo a Napoleón III. Semejante regalo no podía rechazarse, por lo cual el emperador ordenó instalarlo en la Biblioteca Nacional. Así terminaba un día bastante inhabitual para los parisinos que, desde ya, empiezan a hacer crucecitas en el calendario a la espera del próximo año, cuando la ciudad nos muestre de nuevo otros tesoros como las entrañas de la Biblioteca Nacional… y las de Voltaire.
Los esperamos en nuestro curso, ahora los sábados, “La Rusia de Pedro a Catalina la Grande”. Conoce más haciendo click en la imagen:
Dora Jaramillo
Un sitio que me gustaría conocer, al pasar por su puerta no imaginamos todos esos tesoros guardados allí. Gracias.
Luz Myrian
Desconocia totalmente el tema del corazon de Voltaire. Excelente articulo!!
Janneth Ávila
Por qué a los franceses les gusta guardar el corazón , de sus reyes y filosofos ,creo que también de uno que otro asesino.
Edith Maya
Me encantan todos estos temas. Muy interesantes. Gracias.
Rosal a buitrago
Mil gracias x las excepcionales publicaciones, q dan gozo al espíritu.