En Rusia, los grandes representantes de la cultura han tenido siempre una relación ambigua con el poder. Dicen las malas lenguas que el zar Nicolás I estaba enamorado de la esposa del poeta Pushkin y que esa situación llevó al escritor ruso a morir en un duelo por salvar su honor. Se sabe que la amante del zar Nicolás II era Matilda Kshessinskaya, la bailarina más importante de Rusia a principios del siglo XX, y que a José Stalin también le encantaba pasar sus días rodeado de bailarinas de ballet. Y quién negaría la inmensa labor que jugó el violoncelista Mstislav Rostropovich en defensa de la libertad, cuando lo exiliaron de la Unión Soviética y organizó ese emblemático concierto ante el muro de Berlín.