Nuestro continente ha causado curiosidad y locura a más de un europeo desde aquel día en que la Pinta, la Niña y la Santa María llegaron a nuestras costas. Sobre todo, en la mentalidad europea, América ha sido la fuente de fortunas inmensas, un paraíso de riquezas que llevó a miles de personas a emigrar a los Estados Unidos, Argentina, Brasil y a otros países en busca de un mejor futuro. Basta ver, por mencionar un caso, la fascinación que incluso en nuestros días genera la leyenda de El Dorado entre los franceses.
Esa es la razón por la que los famosos tíos y tías de América -esos familiares que partieron a la conquista de un mejor futuro- fueron siempre sinónimo de posibles herencias millonarias y, claro está, de estafas que causaron confusión entre los europeos. Cuentan, por ejemplo, que una de esas fortunas alborotó a varias familias de la región francesa de Alsacia en el año de 1937. Los diarios de la época informaron que una tía de América había fallecido dejando una fortuna de millones de dólares y, ¡qué sorpresa!, la lista de herederos era interminable.
Resulta que, en el siglo XIX, Christopher Schaeffer, un modesto habitante de Alsacia, partió en busca del sueño americano, se casó y tuvo una hija llamada Henriette. Su hija, a su vez, se casó con Wallet Garret, un millonario plantador de tabaco. Y aunque Garret murió a finales del siglo, su esposa Henriette vivió hasta 1930, cuando finalmente dio su último suspiro: tenía 90 años. Al morir, la viuda dejó a la deriva una fortuna de 17 millones de dólares sin ningún heredero directo. En su testamento, Henriette ordenó que se buscara a sus parientes lejanos que aún seguían viviendo en la frontera con Alemania.
Mientras se llevaban acabo las investigaciones, la fortuna seguía produciendo 1500 dólares de intereses al día, con lo que, al poco tiempo, la herencia había subido a 20 millones de dólares. El problema era que el apellido Schaeffer, en aquella región, era el equivalente de nuestro Rodríguez o Pérez y esta noticia hacía de cada Schaeffer un potencial y afortunado heredero. El asunto causó sensación en Alemania y Francia al punto que más de 20,000 personas reclamaron tener derecho al menos a una parte de la herencia.
Ante el desorden que provocó la noticia, los servicios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia colapsaron y, a pesar de la insólita fama del caso, parece ser que nunca encontraron a los verdaderos herederos.
Una euforia similar despertó el destino de la fortuna de Jean-François Bonnet, quien murió en 1830. Al contrario de muchos otros, Bonnet no se hizo millonario en América, sino que, según decía la leyenda, había acumulado una fortuna de 75 millones de francos en Calcuta y luego se había convertido en rey de Madagascar. Cuando los miles de franceses apellidados Bonnet leyeron en el diario “Le Moniteur officiel” sobre la muerte del monarca, entraron en el mismo delirio de los Schaeffer de Alsacia. Al Ministerio de Relaciones Exteriores, como correspondía, llegaron semanalmente cientos de personas de apellido Bonnet, esperando que los reconocieran como los verdaderos herederos del rey de Madagascar.
La triste realidad era que la fortuna no existía, pues Bonnet nunca había sido rey de la isla, y todo indicaba que la historia había sido invención de un desocupado periodista. Eso no impidió, por supuesto, que algunos vieran la oportunidad de organizar una estafa a gran escala. Así fue como en 1887 un grupo de personas anunciaron a los 4 vientos que estaban vendiendo la herencia de Bonnet en acciones de la Bolsa de París. Todos los de apellido Bonnet podían comprarlas, seducidos por la promesa que las acciones valdrían 20 veces más dentro de poco. Pero la herencia, así como el dinero de las acciones -y los estafadores- desparecieron como por arte de magia, sin dejar rastro.
Y qué decir de la escurridiza fortuna de Marie-Thérèse Humbert, quien recibió una herencia millonaria de su cuñado Henry Crawford en 1883. Cuentan que, al poco tiempo de recibir la fortuna, dos nuevos herederos venidos de Inglaterra reclamaron su derecho a una parte de la herencia. La disputa causó sensación en la prensa de entonces, que reportó con singular algarabía cuando Marie-Thérèse ganó en el juzgado la considerable suma de 40 millones de dólares.
La dama se dedicó a vivir una vida de lujos. Todo el mundo le prestaba dinero, tranquilizados porque pensaban que su fortuna era la mejor garantía de pago. Pero la disputa ante los juzgados con los dos supuestos herederos de Crawford, que en realidad eran aliados de Marie-Thérèse, no era más que una superchería, y bastó con que un acreedor reclamara el pago de una deuda ante los tribunales, para que el edificio de naipes se viniera al piso. La justicia ordenó que abrieran los baúles donde guardaban la herencia para poder pagar la deuda, pero en el interior no había mas que arena.
La noticia fue todo un acontecimiento entre los parisinos, que rieron durante mucho tiempo del engaño en el que vivieron tantos años por cuenta de una de las damas más respetadas de la ciudad. Incluso todavía existen canciones, cartas postales e imágenes que les recuerdan la superchería de Marie-Thérèse.
Los tíos de América fueron entonces la causa muchas otras historias que hoy causan risa, pero que hasta hace pocos años hacían delirar a muchos Schaeffer, Bonnet y tantos otros.
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