París será siempre París, con sus calles misteriosas que esconden todo tipo de secretos, sus pasadizos silenciosos que guardan tiendas extrañas al mejor estilo del siglo XIX. En la capital de Francia hay almacenes en los que es un verdadero placer pasar horas enteras, que nos ofrecen un poco del ambiente de cada barrio y nos muestran cómo era esta ciudad siglos atrás.
La principal muestra de eso que los parisinos llaman el París eterno, al que no le pasa el tiempo, son los trabajos de antaño que se niegan a desaparecer. Lo que en otras capitales del mundo desapareció hace décadas, hoy en día es símbolo de exquisitez y de refinamiento en París. Basta con visitar, por ejemplo, el último reino de las muñecas en la galería cubierta de Berthaud, cerca de la Ópera. En este museo se exponen más de 500 muñecas fabricadas desde 1800 hasta nuestros días, hechas en porcelana, celuloide y plástico.
Es en este museo, al pasar por una de las puertas traseras, en donde se puede acceder a la famosa clínica de muñecas, donde los artesanos se dedican a restaurar muñecas y osos de peluche antiguos y modernos. Luego de que sus preciados objetos pasan unos días en cuidados intensivos, muchos clientes se inscriben a los talleres de confección de vestidos de muñecos que ofrece el museo, lo que lo hace un lugar de encuentro para muchas personas del sector.
Un aire similar se respira en el almacén Cera Trudon, donde 400 años atrás se encontraba una antigua manufactura de cera, y que conserva su majestuosidad hasta la actualidad. En la puerta de la entrada todavía se lee: “Ellas, las abejas, trabajan por Dios y el Rey”. En el interior del almacén se observan velas cubiertas con campanas de cristal, como en las más elegantes boutiques de la ciudad. Así pues, no sorprende que sea este mismo almacén sea el que provee de cirios a las iglesias parisinas.
Otros almacenes de París parecen más apotecas medievales que tiendas del siglo XXI. Una de las más curiosas es la Gran herboristería de la plaza Clichy, fundada en 1880, donde hoy se venden plantas medicinales. Los productos se esconden en los anaqueles de roble del herborista, con sus esquinas enchapadas en bronce. La gente acude desde todas partes de París y sus alrededores para surtirse con aromáticas, raíces y otro tipo de productos para la salud. Con mas de 900 especies de plantas diferentes, todas preparadas en la parte de atrás del almacén, esta es una de las farmacias más antiguas de la capital.
Un lugar de referencia similar es la más antigua dulcería de París, llamada À la mère de famille, que desde 1761 endulza el paladar del barrio Faubourg-Montmartre. Caramelos, bombones y malvaviscos atraen a los golosos de la ciudad con todo tipo de sabores y recetas tradicionales. Es, en otras palabras, una dulcería de lujo que todavía conserva su decoración del siglo XIX, con sus estantes de mármol y ébano, platos en porcelana y pisos de baldosas grises y blancas. En la fachada se lee “galletas Lefèvre-Utile”, que indica que fue allí donde nacieron las mundialmente famosas galletas LU.
Muchas otras tiendas recuerdan lo que fue el París de otros tiempos, como Ultramod, el almacén de botones insignia de la ciudad luz, fundado en 1832; los almacenes de juguetes antiguos de las calles Leugier y Condé o la tienda PEP’S, donde Thierry Millet repara más de 9000 sombrillas al año, al punto que tiene acuerdos de exclusividad con marcas prestigiosas como Burberry y Old England.
París es entonces una ciudad de lugares escondidos e insólitos, de gracia y prestigio, que refuerzan su fama en todo el mundo.
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