De imperial curiosidad hubiera sido aquel monumento, si le hubieran dado tiempo a Napoleón Bonaparte de terminarlo. Probablemente sería hoy en día uno de los lugares mas visitados de París, tan importante como el Arco del Triunfo. En lugar de ver la columna de Julio que decora hoy en día la Plaza de la Bastilla, tendríamos una fuente colosal, coronada por un elefante que, con su trompa, formaría una cascada con las aguas del río Ourq.
El paquidermo debía simbolizar la fuerza del pueblo, en la misma plaza donde la Revolución Francesa había comenzado: ante las odiadas piedras del Castillo de la Bastilla, contra la que los franceses se revelaron en 1789, poniendo fin a la monarquía absolutista. Para otros, sin embargo, la fuente no sería más que un adefesio digno de la megalomanía de Napoleón. Era una manera de mostrarle al mundo que él era de la misma estirpe que otros grandes generales de la antigüedad y que bajo su mando el imperio francés dominaría el mundo.
De una u otra manera, el proyecto de construir un inmenso elefante de bronce sobre esta plaza fue una de las inspiraciones mas insólitas que haya tenido el emperador francés, que durante varias décadas causó todo tipo de polémicas. Según los planos elaborados por el arquitecto Jean-Antoine Alavoine, el elefante debía responder a las reglas del arte, estar recubierto de oro y, sobre el lomo, debía lucir un howdah en forma de castillo o de atalaya, es decir, uno de esos compartimientos con los que ensillaban a los elefantes para transportar a grandes generales, como Aníbal y Alejandro Magno.
El emperador deseaba que se pudiera subir a la parte alta de la atalaya por una escalera de caracol, que se debía instalar en una de las patas del animal. La idea era que la gente pudiera imaginarse lo que era dirigir una campo de batalla desde un paquidermo. Desde Madrid, Napoleón escribió lo siguiente a propósito de la fuente: “quisiera que el elefante estuviera en el centro de una gran fuente, que sea muy bello y de dimensiones tales que la gente pueda subir sobre el lomo hasta la torre”.
Para construir la fuente se necesitaban más de 170 toneladas de bronce que, por orden de Napoleón, debían reunirse gracias a los cañones capturados en la guerra contra España. Sin embargo, desde que empezó su construcción, muchos allegados al emperador le insinuaron que el proyecto violaba las reglas del arte, según las cuales el tema principal de una fuente debía ser el agua y no un elefante de esas proporciones. Pero el emperador estaba convencido de que ese sería uno de sus más imponentes legados para la Ciudad Luz. Por eso, antes de ver terminada la obra, mandó a que construyeran una replica del mismo tamaño en yeso, para que la gente pudiera hacerse una idea de lo que sería la fuente una vez terminada.
Lo que Napoleón no esperaba era que su reinado se acabara más pronto de lo esperado, tras su campaña desastrosa en Rusia. Con la caída del emperador, la fuente, en la que ya se habían gastado miles de francos, quedó a la deriva porque ya pocos deseaban verla terminada. Solo quedaba el enorme elefante de yeso en una de las esquinas de la plaza: las autoridades no sabían qué hacer con ella. La enorme bestia se mantuvo en pie durante casi 30 años, hasta que finalmente cedió ante la erosión y aprovecharon para destruirla.
En los años siguientes, muchos quisieron terminar la estatua en otras plazas de la ciudad, pero los alcaldes de París nunca permitieron que se erigiera el monumento. Pero, si bien el elefante de bronce no fue más que una polémica de medio siglo, su historia marcó a los parisinos de la época, al punto que muchos escritores y poetas le rindieron homenaje a aquel monumento que nunca vio la luz. El más importante de ellos, y por el que el elefante de Napoleón es famoso, fue Víctor Hugo. Así, el que fue probablemente el más grande escritor francés del siglo XIX lo volvió un tema clave en su libro Los Miserables, al punto que el paquidermo ha sido reproducido en varias películas y canciones.
Entre sus patas solía esconderse el pequeño Gavroche, uno de los personajes más queridos por los franceses, que murió en el libro de un balazo tras pararse cantando sobre una barricada durante la revolución de 1830: simboliza el deseo de libertad de Francia y la virtud de la república frente a la monarquía. Y no es una casualidad que el personaje insignia de la juventud francesa, que vivía en la calle, pasara sus noches arropado bajo la pata del elefante, que simbolizaba la fuerza del pueblo y el poder de Napoleón Bonaparte.
Hoy en día, en vez de tener el famoso elefante, se ve sobre la imponente base de mármol la columna de Julio, que recuerda la Segunda Revolución Francesa y la victoria de la libertad sobre la monarquía absolutista.
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