El misterio de misterios es saber dónde se encuentra el tesoro de La Buse, pirata legendario, de esos que el Océano Índico conoció en tiempos coloniales y que hoy en día Hollywood nos presenta con parches, patas de palo, garfios y demás. ¿En qué caverna escondida abandonó este francés sus cofres rebosantes de oro y gemas que harían rico por los siglos de los siglos a un simple ser humano?
Solo aquel que logre descifrar un criptograma centenario tendrá acceso a un secreto guardado durante ya varios siglos. Aunque es probable que quien lo descubra jamás lo diga en público, so pena de arriesgar su pellejo. Pero hay que empezar por el principio de esta historia: que comienza en la ciudad de Calais, Francia, en 1682, año en el que nació Olivier Lavaseur. En esos tiempos, el trabajo de pirata, ardua labor para la que no existían seguros de vida, era un oficio de familia.
El papá de Olivier fue un reconocido filibustero en las Antillas que, con el cariño y esmero de un padre dedicado, le transmitió su pasión por el arte de saquear puertos y galeones. Así, Olivier fue iniciado desde muy joven en el mundo de la piratería: aprendió a oler el oro, a morderlo con la elegancia de todo un bucanero. Por eso no es de sorprender que el pupilo haya atendido prontamente el llamado de las olas. Su entrenamiento no pudo haber sido mejor: se graduó con honores en las Antillas, en un temido barco llamado el Postillón. Fue allí donde Olivier Lavaseur se ganó el apodo de La Buse, que en español quiere decir halcón, por su rapidez al momento de robar y atacar.
Pero la competencia era muy dura en el Caribe, porque la corona inglesa hacía la vida imposible a los piratas de otras naciones. Por eso, en 1718, La Buse decidió mudar su empresa al Océano Índico, donde le esperaban suculentos galeones portugueses venidos de la India. La suerte de nuestro pirata fue tal que, en abril de 1721, su barco se cruzó con un galeón portugués varado en el puerto de Saint-Denis, en la isla de la Reunión. La embarcación pertenecía nada más y nada menos que al conde de Ericeira, virrey de la India, que venia cargado de tesoros orientales. Era una oportunidad que La Buse no podía dejar pasar.

La toma del barco fue fácil, aunque no por ello menos magnífica. Cientos de kilos de diamantes, oro, telas finas y joyas componían el suculento botín. Además, La Buse hizo el trabajo completo, porque solo liberó al virrey tras recibir otros tantos kilos de oro más. Tras el robo, Olivier sabía que debía esconder el tesoro antes de que un pez más grande viniera a quitárselo. Y así fue como a los pocos días el tesoro desapareció en la isla de la Reunión. Sabiéndose millonario, el pirata La Buse se retiró del negocio con una pensión que alcanzaría para mantener a sus tataranietos.
Pero unos años más tarde, en 1730, alguien reconoció al pirata que había desaparecido con un inmenso tesoro, y al que solían llamar La Buse. La suerte de Olivier, entonces, se acabó. Las autoridades francesas lo arrestaron y la sentencia fue sin derecho a apelación. Era hora de rendir cuentas ante la horca.
Nadie se esperaba ver lo que tenía planeado La Buse cuando lo subieron al patíbulo vestido de un simple camisón. Resulta que, segundos antes de que ejecutaran su sentencia, lanzó al publico un papel que tenía enrollado en la mano y gritó con todas sus fuerzas: “mi tesoro pertenecerá a aquel que descifre este criptograma”. El suelo de la tarima se abrió y La Buse cumplió su sentencia de muerte.
Es fácil imaginar el alboroto que generó esa frase entre el público. Dicen que se vieron a abuelas, niños, mujeres, policías, soldados y gobernadores saltar al barro golpeándose y mordiéndose los unos a los otros para encontrar el papelito. Lo más increíble es que la leyenda de La Buso sigue viva hasta nuestros días. Hace pocos años, el director del departamento de mapas y estampillas de la Biblioteca Nacional de Francia reveló que había encontrado el criptograma de La Buse. Está escrito en el alfabeto de los templarios, pero su contenido es bastante enigmático.
Incluso se puede encontrar sin ningún esfuerzo en internet. El pirata habla de miel, de una cabeza de caballo y de palomas, pero nada parece tener sentido. Muchos se han entregado a la caza de ese tesoro y parece ser que lo más plausible es que las letras sean un mapa celeste en el que, con la ayuda de un astrolabio, se pueda encontrar el lugar preciso en la isla de la Reunión. Incluso Jean Marie le Clézio, el nobel de literatura del 2008, ha hecho parte de aquellos que pasaron horas tratando de entender el sentido del criptograma.
Así que bienvenidos a la caza del tesoro. Preparen sus palas, picas y astrolabios; alisten sus parches y garfios porque nos vamos a la paradisíaca isla de la Reunión.
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