El vientre de París está lleno de huecos, como el de un queso gruyere. Lo recorren varios ríos y kilómetros de cables, tubos y huesos. Si rebanáramos a la ciudad por capas y fuéramos mostrando tajada tras tajada, veríamos cómo la vida en el subsuelo tiene sus propias leyes, su historia y sus personajes. Cuenta, por ejemplo, con avenidas y calles en sus cloacas donde se lee el número de cada casa de la ciudad y con interminables túneles en sus catacumbas.
Bajo los pies de los parisinos se encuentran a menudo cosas inauditas. Por ejemplo, por la línea 11 del metro, en la estación Arts et Métiers, es fácil sentirse en un mundo propio de la ciencia ficción. La estación parece un submarino cobrizo, como si en esas profundidades navegara el Nautilius, la nave que inventó Julio Verne en su libro 20000 leguas de viaje submarino.
Las profundidades favorecen la imaginación, como ocurre en el metro Bastilla, donde en una de sus salidas todavía se observa parte de la torre de la “libertad”, una de las 8 que dominaban aquella cárcel que dio inicio la Revolución Francesa. Y es que las grandes hazañas de la República no son sólo un asunto para los de arriba, sino también para los de abajo. O si no, basta observar la famosa cripta del Panteón, aquel templo laico en el que Francia le rinde honor republicano a sus héroes y en el que se lee “A los grandes hombres, la patria en reconocimiento”.
Abajo, en unas cavas pétreas que hoy solo visitan los turistas, descansan los restos de Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo, Marie Curie y otros símbolos de la libertad francesa. El último en entrar a este lugar fue Jean Moulin, el jefe de la resistencia francesa en la II guerra Mundial. Cuando cruzaba los pórticos para ganar el inframundo, el escritor André Malraux dijo en su discurso: “Entra aquí, Jean Moulin, junto con tu terrible séquito”.
Pero el subsuelo de París también produce escalofrió. Sobre todo, si se pasea por las catacumbas de la capital, las más grandes del mundo. Se trata de kilómetros y kilómetros de corredores ornados con los huesos de más de 6 millones de personas: esqueléticas figuras que dan la bienvenida a su mundo silencioso. De ahí que, en la entrada de este monumento se lea en la piedra de un portal: “Detente, pues es este el imperio de la Muerte”.
Un escalofrío similar se siente en la línea 5 del metro de la ciudad, más precisamente a la entrada de la estación Quai de la Rapée, donde el chirrido estridente de los rieles indica a los iniciados en temas tétricos, que se encuentran justo debajo de la morgue de París. Un chirrido que pareciera más una señal del suelo parisino para indicarnos otras existencias. Una sensación similar recorre a los visitantes de la Conserjería, uno de los edificios más antiguos de la ciudad, que fue el primer castillo de los reyes de Francia.
Es fácil imaginar a este edificio medieval, con sus pasadizos secretos, sus cuartos mal iluminados y sus recintos subterráneos. Allá abajo, durante la Revolución Francesa, y lejos de la vida en la superficie, encerraron a varios personajes famosos antes de cortarles la cabeza. A sus celdas fue a parar María Antonieta y Robespierre a la espera del día fatídico y entre esos muros húmedos e insalubres fue que falleció el delfín de Francia, el hijo del rey Luis XVI.
Sí, hay otras vidas bajo París, como ocurre con la estación fantasma de Saint-Martin, un tétrico lugar por donde pasa el metro sin jamás detenerse. Esta estación lleva mas de 60 años cerrada al público y nadie sabe por qué. Es un hito entre los amantes del metro capitalino, un lugar al que todos quieren acceder, como si Saint-Martin fuera una estación hacia otra dimensión.
Pero bajo tierra también hay espacio para sorpresas de otra índole, donde las artes tienen cabida. Hay dos lugares que causan sensación en la capital de Francia. El primero es, curiosamente, unos baños públicos a los que se accede desde la plaza de la Madeleine. Pareciera que fuera la entrada a un parqueadero subterráneo, salvo que, una vez allí, se observan unos baños decorados al mejor estilo del Art Nouveau. Puertas elegantes de madera y vitrales recuerdan al pintor checo Alfons Mucha, salvo que detrás se esconden unos simples baños públicos.
El segundo lugar es la Opera Garnier de París, donde se habla de un lago subterráneo con peces y hasta embarcaciones para que se muevan los trabajadores del lugar. Sólo unos pocos saben cómo acceder a este famoso lugar, que ha inspirado a muchos, como a Gastón Leroux, quien escribió la novela El fantasma de la Opera basándose en esta leyenda.
Por eso, en los siglos de vida que tiene París, se han acumulado varias capas de vivencias, que nos recuerdan que aquí emana la historia por todas partes, bajo tierra y en la superficie.
Adriana Cortés
Muy interesante. Me despertó la curiosidad y las ganas de volver a Paris para ver si es posible recorrer estos lugares misteriosos.
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Hola Adriana, gracias por tomarte el tiempo de comentar. Claro que sí, la próxima vez que estés en París esperamos que visites estos lugares.
Dora Jaramillo
Voy a recorrer estos sitios en mi próximo viaje; lo hago cada ano pero no habîa oido hablar de algunos de ellos. Muchas gracias.
Helena
Qué artículo tan interesante.
Gracias por compartirlo
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Buenas tardes Helena. Qué bueno que lo hayas encontrado interesante.
Carmen vargas
Muy interesante, gracias por compartir!
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Hola Carmen. A ti muchas gracias por comentar.
Lilia Ponton
Me fascino leer ese artículo. Gracias por compartirlo
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Buenos días Lilia. Muchas gracias por tu comentario. Qué bueno que te haya gustado.
Luis fdo Pertuz L
Interesante, muy interesante, cuánto daría por conocer ese mundo subterraneo?
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Hola Luis, gracias por comentar.
Claire Doebeli
Tiene ya tantos comentarios que solamente puedo decir que me fascinó este cuento
Gracias
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Claire, hola. Muchas gracias. Igual, nos gusta leer sus opiniones y comentarios: ¡gracias!