Desde que, en 1668, el rey de Portugal le regaló un elefante africano al rey Luis XIV de Francia, se ha importunado muchas veces al elefante. La última ocasión en la que alguien perturbó su relativa calma fue en el 2013, cuando un hombre entró al Museo de Historia Natural de París con una motosierra para quitarle sus colmillos. De nada le sirvió al pobre elefante el cariño que en su momento le profesó
el Rey Sol; tampoco la dificultad de su travesía por la sabana africana o las largas horas que duró agarrándose con su trompa del mástil que lo trajo a Marsella y mucho menos el dolor en sus patas cuando lo arrastraron hasta las puertas de París. El ladrón no tuvo ningún escrúpulo.
Este elefante hacía parte de la colección de bestias reunida por Luis XIV durante su reino. Era la estrella del zoológico que el soberano mandó construir en Versalles y que decían era la cúspide de su legado arquitectónico para Francia. Allí se organizaban combates de animales, como la vez en que, en presencia del embajador de Persia, enfrentaron a un tigre contra nuestro elefante. Él era el animal preferido y las demás monarquías de Europa envidiaban tenerlo. Y no era para menos, pues este elefante rivalizó en popularidad a su amo el rey, e, incluso, siguió siendo una celebridad hasta bien entrado el reinado de Luis XV.
Sin embargo, el caprichoso animal decidió rebelarse contra sus carceleros e ir en busca de la famosa campiña francesa. Por eso, una noche rompió las cercas y salió a toda carrera por los campos de Versalles, huyendo de su destino. Pero a la mañana siguiente, para tristeza y angustia de los jardineros y demás servidores del palacio, avistaron en el canal central un extraño bulto flotando, casi se podría decir que era una isla en forma de elefante que iba a la deriva: el animal estaba muerto.
Su historia, no obstante, no terminó ahí. Sus huesos fueron conservados para los estudios de anatomía, estudios que estaban de moda por esa época. Después de resistir los maltratos de la ciencia, y como si todos sus años de cautiverio no hubiesen sido insuficientes, a mediados del siglo XIX a nuestro querido paquidermo se le comenzaron a notar los años. Así, se decidió que su nuevo lugar de residencia fuera el Museo de Historia Natural de Paris. Finalmente, allí, en las galerías del edificio de anatomía comparada, permaneció el elefante en relativa calma hasta convertirse en una de las estrellas del museo.
Esta era su historia hasta el 2013. Porque resulta que una noche de ese año un ladrón se abrió paso por una reja de púas de 25 cm, rompió un vidrio de seguridad de 8 cm y se acercó sigilosamente hasta el animal burlando la seguridad del lugar. A pesar de su silencio, al ladrón se le olvidó el ruido que podía llegar a hacer la motosierra. Fueron los vecinos que oyeron el ruido quienes avisaron a la policía. Cuando el hombre se dio cuenta de que había sido descubierto, salió corriendo con los colmillos del elefante hasta la calle, donde la policía los estaba esperando.
No faltaba más que esta infamia para el pobre paquidermo que ya había padecido bastante en vida. Para el ladrón, el único elemento interesante de entre los 62 millones de especímenes con los que cuenta el museo, eran los colmillos de la bestia consentida de los reyes. Pero es que el mercado del marfil es tan lucrativo que, también, a principios de esta década hubo un caso similar con un cuerno de rinoceronte, que puede llegar a valer varios miles de euros en el mercado negro.
Por ahora, el elefante de Luis XIV sigue en el museo, esperando a que, por fin, pueda reposar con tranquilidad, al lado de su amo.
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Hola Carlos, muchas gracias por tu comentario. Ya lo corregimos.
Oscar Rivera
Excelente artículo.
Lo felicito
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Hola Oscar, muchas gracias por tu comentario.