A Pedro Francisco Lacenaire se le presentó la muerte muy temprano en la vida. Se le cruzó de repente cuando caminaba con su padre por las calles de Lyon hacia 1803, en esos años en los que rodaban por Francia las cabezas de todo aquel que se descuidara. Siendo ya un niño vivaz e inteligente, se encontró de frente con Madame Guillotina, aquella despiadada que se erguía insolente en el centro de la plaza Terreaux.
En ese momento, el pequeño Pedro Francisco se enteró de que los años de la Revolución Francesa estaban manchados de sangre, la sangre que clamaban las muchedumbres.Aunque no era un niño particularmente travieso, a su padre no se le ocurrió una mejor idea que decirle que, de seguir desobedeciéndole, él terminaría también arrodillado ante esa máquina de hierro y madera. Pero lejos de asustarse con el ruido de la cuchilla cercenando la carne humana, Pedro Francisco la encontró fascinante: una seductora que buscaría el resto de su vida. Como años después escribiría en prisión, preguntándose:
“¿Cómo morir? ¿En el agua? No, uno debe sufrir mucho. ¿Con veneno? No quiero que la gente me vea sufrir. ¿El hierro? Sí, esa debe ser la muerte más bella. Desde entonces, mi vida se volvió un largo suicidio. En vez de la cuchilla de afeitar, opté por la gran hacha de la Guillotina. Pero quería que todo eso fuera una venganza. La sociedad tendrá mi sangre, entonces yo tendré la sangre de la sociedad”.
Su familia lo quería ver progresar en la vida y convertirse en una persona respetable, pero sus planes eran otros. Pronto abandonó la secundaria y se dedicó a deambular por las calles pateando piedras y buscando pleitos. Pero algo más le sucedía por dentro, porque parece ser que alguna suerte de espíritu artístico dominaba sus cabales, hacía que su mano escribiese poesías de improbable éxito.
No fue sino hasta que decidió abandonar su ciudad natal y partir a París que su vida comenzó a cambiar verdaderamente. En la capital se dedicó a falsificar documentos y a hacer pequeñas estafas bajo más de 20 seudónimos, pero pronto tuvo que buscar otros recursos para ganarse el pan de cada día. Así que, además de sus delitos, vendía lo que escribía en sus momentos de “ocio”. Sin embargo, nada le bastaba, necesitaba sacar esa ira que tenía por dentro, así que comenzó a buscar la manera de liberarla y lograr que la sociedad lo castigara.
La primera vez que mató a alguien fue por medio de un duelo, pero en ese entonces los duelos no eran considerados crímenes, por lo que nunca lo juzgaron. Decepcionado por la frialdad del sistema, decidió llamar la atención de otra manera: robando una carroza y dejándose capturar. Fue así como pasó su primer año en prisión, en donde conoció a los dos secuaces que le ayudarían en sus futuros crímenes. Uno de ellos, que apodaban la “Tía Magdalena” tenía el hábito de disfrazarse de párroco para venderle a los creyentes objetos religiosos que robaba en las iglesias.
Pero para nuestro Lacenaire la gracia del crimen no solo estaba en dedicarse al robo, sino que tenía la firme convicción de que sus víctimas debían ser acalladas sistemáticamente. Sí, las mataba a sabiendas de que algún día lo atraparían y terminaría en esa misma tarima de hierro y madera que vio cuando pequeño. El día llegó, finalmente, cuando uno de sus cómplices cayó en una redada de la policía y, para salvar su pellejo, denunció los crímenes que había visto cometer a Lacenaire. Fue el 2 de febrero de 1835, en el instante en el que unos policías descubrieron que no solo habían arrestado a un falsificador llamado Jacobo Levy, sino que ese mismo personaje era un peligroso asesino de apellido Lacenaire.
Ese mismo año comenzó el juicio del poeta asesino, un juicio que fascinó a París. Todos querían ver cómo era ese personaje que publicaba versos de día y asesinaba de noche. El frenesí hizo que las audiencias se convirtieron en un verdadero espectáculo al que había que hacer fila para asistir. Lacenaire consiguió, en últimas, lo que quería: una muerte en medio de la fama. La extrañeza de este personaje era tal que cuando explicaba alguno de sus crímenes se ponía de pie y, haciendo toda una pantomima, describía con las más delicadas palabras, con los más dulces versos, cómo había clavado los cuchillos en la piel de sus víctimas, cómo reposaban los cadáveres en el suelo. La gente no sabía si aplaudir u horrorizarse.
El asesino era un maestro. Los jueces seguían su juego, la sociedad no hablaba de otra cosa que de su personalidad y él, sabiéndose el centro de atención, dormía cuando no hablaba y jugaba al Cicerón cuando llegaba el momento oportuno. Así lo quería Lacenaire, que a falta de volverse un escritor famoso en vida, estaba consiguiendo una celebridad póstuma. Y hoy seguimos hablando de él.
Dora Jaramillo
Estas historias que publica son fascinantes. Cuando menciona algunos lugares y estoy en Paris quisiera ir a recorrerlos. Me encantan sus historias. Gracias.
MIGUEL BENITEZ
ME ENBRIAGAN SUS RELATOS HISTORICOS QUISIERA VOLVER A PARIS PARA REENCONTRARME CON TANTISIMOS LUGARES DESCRITOS POR UD.GRACIAS.
MIGUEL BENITEZ
ME ENBRIAGAN SUS RELATOS HISTORICOS QUISIERA VOLVER A PARIS PARA REENCONTRARME CON TANTISIMOS LUGARES DESCRITOS POR UD.GRACIAS.
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Hola Miguel. Muchas gracias; esa es la idea, que quienes quieren tanto a París conozcan historias que no son tan conocidas.
Pedro
Que gran narración inmediatamente me traspoto a París
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Buenas tardes Pedro. Nos alegra saber el efecto que tuvo la narración en ti.
ALVARO GUTIERREZ
Me gustan las historias que escoge. Gracias.
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Hola Álvaro, muchas gracias por tu comentario. Un saludo.
José Manuel
Gracias. Estas crónicas son muy especiales por ese tono de originalidad literaria que poseen.
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Buenos días José Manuel, te agradecemos tu amable comentario. Esperamos seguir leyendo de ti.
Maria
Me encanto apenas me inscribi y las historias tienen una facinasion
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María, qué bueno que te haya agradado entrar a este blog.
Maria
Me fascina está clase de lectura. Podría quedarme todo el día leyendo y no me aburriría
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Buenos días María. Qué extraordinario que te parezcan así de interesantes nuestras publicaciones.
Héctor Lorza
“Ahora estoy maldito. Tengo
horror a la patria. Lo mejor,
un sueño bien ebrio, sobre
la arena”
(Arthur Rimbaud)
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Héctor, buenas tardes. Muchas gracias por compartir este bello fragmento.
Armando
Cruel historia la de Pierre Francois Lacenari, a la vez de terrorifica, pero interesante desde el punto de vista literario y psiquiatrico, pue de alguna manera aporta ayudas para comprender el comportamiento de mentes descompuestas, que terminan realizando horrendos asesinatos .
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Hola Armando. Qué interesante tu reflexión. Nos alegra mucho que comentes nuestras publicaciones.
CLAUDIA LEONOR DUEÑAS NUÑEZ
Gracias por compartir estas historias. Me encantan.
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Claudia, hola. Es con mucho gusto.
Myriam Medina
¡¡¡Muy bueno!!!
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¡Muchas gracias por tu mensaje!
María Isabel Patiño
Me encanta dejarme llevar por tu extraordinaria narrativa en cada uno de tus escritos. Qué historias maravillosas las que compartes en tu blog. Saludos.
MARTHA SANCHEZ
Aquí aplica aquello de que no es sólo lo que se dice, sino cómo se dice, porque la forma en que relata sus historias, las hace más fascinantes de lo que ya son
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Martha, hola. Eres muy amable con tu comentario. Gracias, porque esa es la intención de todo el equipo detrás de esto: hacer que se emocionen por la cultura y la historia. De verdad, muchas gracias.
Jorge Enrique
Apasionante historia , que relatos tan maravillosos que lo adentran a uno en el episodio,gracias.
ALFREDO NUÑEZ PEÑA
Subyugantes sus escritos, donde la historia juega un papel preponderante para la trasmisión del saber, sin dejar de mencionar el ingrediente cultural. Su sintaxis y su redacción facilitan todo lo expresado.
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Buenos días Alfredo. Qué bueno que lo encuentres así de interesante: ese es el objetivo de nuestros artículos. Un saludo.