Es bien sabido el amor de los franceses por poner en duda todo lo imaginable, hasta el orden mismo de las letras dentro de una palabra. Así que no nos debe sorprender que haya sido justo allí, en donde nació el letrismo, ese movimiento en la poesía francesa iniciado por Isidore Isou, durante los años 40, que preconizaba el uso de las palabras única y exclusivamente por su valor sonoro y no por su significado.
Pero no es la única manía famosa de los franceses, pues también adoran organizar todo en gremios, en grupos controlables, darle cifras a todo; en un afán por ponerle cierto orden racional, precisamente a ese desorden que crean con su capacidad de dudar de todo.
Son, en cierta manera, rebeldes acostumbrados a una vida de comodidades y que tienen una extraña obsesión por pertenecer a algún tipo de organización. De ahí que el famoso Isidore Isou, enemigo acérrimo de las palabras, tenga hasta el día de hoy un grupo de adeptos dispuestos a combatir por la liberación del lenguaje.
Eses es el espíritu de cruzada que domina a los neo-letristas, orgullosos representantes de este movimiento, que aspiran algún día a que todos hablemos en un idioma puro en el que solo exista el placer de oír el sonido de las frases. En París, hay varias de esas sectas que emprendieron desde hace años una guerra feroz contra sus archienemigas, las palabras. Estamos hablando de terribles vocablófobos o palabrófagos -si se permite el uso de la expresión- empeñados en combinar todas las formas de lucha para lograr su cometido.
De hecho, utilizan métodos que harían sudar de frío hasta al más sólido de los gramáticos y no es exagerado afirmar que podrían llegar incluso a hacer llorar a cualquiera de los ilustres representantes de la Academia Francesa. La cuestión es más cruel de lo que parece: sus huestes gozan cuando logran atrapar una indefensa palabrita para atormentarla durante horas hasta desfigurarla. Entre sus métodos de tortura se encuentra el anagrama, feroz arma que no debe ser utilizada a la ligera; mientras que otros prefieren romper las articulaciones de un vocablo por medio del retruécano y algunos sedientos de tinta agonizante vacían los verbos de todo sentido.
Son temibles seres, como aquellos que se reúnen en la calle Tolbiac para consagrar en misa sus frívolos designios. Y cuando algún transeúnte acude al cuartel general de estos personajes, pareciera como si hubiera aterrizado en un planeta extraño de la Guerra de las galaxias. Los miembros se acercan sonrientes para saludar a los visitantes con un puro francés letrista, diciendo: Bou bou louk. Claro y, si uno les cae bien, agregan afablemente, Douli douli. Dos frases incomprensibles si uno no es un iniciado de sus confabulaciones.
Este asunto merece ser tomado con mucha seriedad, pues es necesario explicar que los letristas no soportan a aquellos despistados que se burlan al oírlos hablar en su jerga incomprensible. Y se ofenden con tanta facilidad porque, según dicen, no sin cierta razón, las palabras nos esclavizan. Cuando hablamos, jamás decimos realmente lo que queremos decir. Cada cual le da una definición propia a las palabras, lo que nos ha llevado a sendas confusiones o a verdaderas disputas. Afirman entonces que nuestros medios de expresión están restringidos por las palabras, contra las cuales se sublevan con la dignidad de todo aquel que sabe de antemano su causa perdida.
Su credo está escrito en letras de oro: cada día hay hombres que mueren ahogados por no poder expresarse, ahogados por las palabras que se les atraviesan en la garganta y salen traicioneramente con sentidos insospechados. Indomables palabras que abusan de nuestra confianza y del poder que los académicos les han dado. Cosa que no es de extrañar en un país donde la revolución de 1789 pasó entre otras cosas por la liberación de la lengua.
Ahora, si uno les pregunta cómo pretenden luchar contra este mal que nos azota, las respuestas son casi instantáneas. Le dicen a los no iniciados que lo que buscan es destruir el lenguaje, romper las palabras como los científicos destruyen un átomo, liberando la energía infinita del pensamiento humano. En términos más sencillos, se dedican a cambiar el orden de las sílabas en los poemas franceses haciéndolos incomprensibles y, lo que es más curioso aun, es que han llegado a componer una serie de canciones que reunieron en un disco conmemorativo.
Desafortunadamente no les ha ido muy bien con ese asunto musical, aunque dentro de esta secta nadie se lo explique del todo: si el contenido y el mensaje de las canciones es bastante profundo. Solo falta que vuelva a nacer un nuevo Champollion para que logre descifrarlos. Ahora imagínense lo que ocurre en las tumbas de Racine, Baudelaire, Aragón y otros grandes de la literatura francesa cuando sus obras caen en las manos de los letristas.
Por eso, si bien la iniciativa de preguntarse qué tan encarcelados nos hacen las palabras y sus significados es un loable ejercicio mental, algunos le deseamos más el éxito de los letristas en el mundo de la música que en las cámaras inquisitorias de la lengua francesa.
Maria C Salazar
Magnífico artículo. Siemprr disfruto sus inmejorables escritos.
Seria interesante una charla sobre este tema.
Gr ias
adjcv-user
Hola María. Muchas gracias por tu comentario.
Alvaro Madrid-Malo
Sin siquiera saber de la existencia de -a mi parecer- tan atormentados seres, hay muchos en estas tierras dedicados a lo mismo, a escribir para que nadie los entienda, y sin la más mínima influencia gala.
adjcv-user
Hola Álvaro, muchas gracias por tu comentario. Tienes razón, hay epidemias endémicas de este tipo en todas partes.
Alicia Galvez
“Solo sé que nada se!”
Luz maria
Genial !
Gracias 👍
Elisa Tamayo
Gracias Juan Camilo, necesario repasar y aprender todos los días…!!! Me gustó el artículo
adjcv-user
Hola Elisa, qué bueno que lo hayas disfrutado.
Josefina wilches
Interesantísimo e ilustrativo este artículo.