La curiosidad que suele caracterizar a los parisinos es legendaria. El homo parisiensis busca lo exótico, como un río su salida al mar; su voluntad es inquebrantable, al punto que desde hace siglos esa es una de las principales características de la capital de Francia.
Por eso, no es de extrañar que una de las actividades preferidas en esta ciudad haya sido siempre la de traer fieras de las cuatro esquinas del mundo, hacer lo posible por alimentar la imaginación francesa a como dé lugar: con seres extraños y foráneos, como si la ciudad luz fuera el circo del mundo. Antaño, cuando se trataba de surtir a la ciudad con su dosis de exotismo, los saltimbanquis desembarcaban como hormigas anunciando la llegada de amazonas, cíclopes y otras criaturas dignas de atención parisina.
Cierto, eso nos hace sonreír hoy en día, pero no por eso deja de ser menos cierto el asunto. Sobre todo, en esos años cuando todavía la televisión ni el Internet acaparaban la atención de la sociedad francesa, los exploradores -o por lo menos aquellos personajes que así se llamaban- volvían a París para mostrar el resultado de sus viajes al extranjero y traían consigo animales de crestas o pelajes fantásticos para alegría de la gente.
Esa era la idea de algunos de ellos, como el holandés que llegó en 1626 con un elefante para deslumbrar a los habitantes de Montreuil, obligando al alcalde a construir toda una barricada alrededor del animal para evitar que se escapara. Y cuando un explorador no tenía el dinero necesario para viajar por parajes lejanos, recorría la campiña francesa en busca de algún animalejo digno de admiración pública. Como la vez que llevaron una vaca que, aseguraban tenía 26 años, dos cabezas y cinco patas. Bueno, lo cierto es que la gente decía que la segunda cabeza se parecía extrañamente a la de un ser humano y que lo más raro de todo era que debían afeitarla cada ocho días.
Al año siguiente, otro de esos incansables viajeros venidos de Holanda llegó con un terrible monstruo cubierto con un caparazón grisáceo y un cuerno enorme que le servía, aseguraban, para defenderse de su principal enemigo: el elefante. Era nada más y nada menos que un rinoceronte. Dicen que el enorme animal logró llamar más la atención del público, y de la prensa, que el estreno de Semiramis, la obra de teatro de Voltaire. Quién lo creyera, un rinoceronte había vencido a este gigante francés.
Los parisinos sufrieron en aquella ocasión una sobredosis de curiosidad, al punto que ese mismo año se pusieron de moda los peinados “a la rinoceronte”, hasta que el pobre animal se fue de gira a Nápoles y, en medio de una tormenta, el barco en el que lo llevaban se hundió, arrastrando consigo al animal a las entrañas del mar Tirreno.
Pero no crean que todos los animales de París debían ser extraños para agradarle al público capitalino. Algunos incluso eran más comunes de lo que ustedes creen: basta recordar las pulgas adiestradas que, hasta hace unos 70 años, todavía causaban sensación en las calles de la ciudad. Sí, aun en pleno el siglo XX, las calles de París vieron el extraño fenómeno de las pulgas disfrazadas, pues resulta que existió alguna vez el honorable y siempre ilustre oficio de entrenador de pulgas.
Los entrenadores de pulgas, amenos personajes que fabricaban todo tipo de disfraces y artefactos para estos diminutos seres, encerraban en una botella a estos insectos y los presentaban al público cargando, con su descomunal fuerza de pulgas, todo tipo de artefactos y vestidos. Pobres pulgas en realidad. Jean de La Bruyère alguna vez escribió al respecto:
“Había cuatro pulgas famosas que un charlatán mostraba en un frasco en el que había encontrado el secreto de mantenerlas vivas: le había puesto a cada una casco, coraza, brazaletes, rodilleras, una lanza en el muslo y, armadas hasta los dientes, daban brincos en sus botellas”.
Más tarde, en 1804, una tropa de pulgas causó furor en el jardín de los capuchinos. Cuentan que cargaban, con cadenas de oro, elefantes miniatura sobre carrozas. El dueño permitía que hasta 12 personas a la vez se amontonaran con lupa en mano alrededor de sus protegidas, pero eso sí, permitiéndoles de vez en cuando un descanso tras esos extenuantes baños de fama.
Y cómo olvidarnos de otro célebre personaje de la zoológica vida de París: el simio Fagotín y su amo, un tipo al que llamaban Cyrano por su portentosa nariz. Se sabe que había entrenado al simio en el arte de la esgrima y que daban giras por el país mostrando sus sutiles técnicas con el florete. Lo que el dueño nunca sospechó fue que esa sería precisamente la causa de la pérdida de su animal.
Resulta que Cyrano, un día se encontró con unos saltimbanquis rivales que no dudaron en burlarse de su nariz. Empezó entonces una discusión hasta que desenvainaron las espadas. Pero el combate estaba desbalanceado: eran 5 contra uno. Así que no había otro remedio que bajar las armas y calmar el asunto. Pero nadie contaba con la vena heroica del simio Fagotín que, en un arranque de furia, y dominado por la adrenalina y la seguridad de su mentada destreza, se lanzó quijotescamente al ataque: saltó desde los hombros de su amo para defenderlo y, sobre todo, para ser atravesado en pocos segundos por varias estocadas enemigas.
Así se segó la vida de uno de los animales más queridos de la capital francesa, personaje insignia de esta larga historia de amor entre la ciudad luz y los animales, que lleva ya una eternidad y todavía no termina.
Dora Jartamillo
Eso es increíble y maravilloso.Realmente los franceses aman los animales pero que lâstima que la ciudad sea tan sucia del popô de los perros. No he visto una sola persona recogiéndolo.
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Hola Dora. Muchas gracias por tu comentario. Qué mal que hayas tenido que ver a París tan sucia.
Mario Benavides
Excelente artículo¡
Sería interesante lo que el autor pudiera acotar sobre el cementerio de mascotas creado en Paris en el siglo XIX, por otra parte, el relato sobre el simio de Fagotin me recuerda Los Crimenes de la Calle Morgue de EA Poe que transcurre en Paris y donde el asesino resulta ser un orangután.
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Buenos días Mario. Qué bueno leer un comentario como el tuyo. Tenemos un artículo en el que hablamos sobre los cementerios de mascotas. Gracias por tus acotaciones.
Claire Doebeli
Lo de las pulgas siempre me sorprendió.
Cómo hacían para disfrazarlas ?
Pero he leído, hace varias años, que un tejano había montado todo un espectáculo con unas cucarachas disfrazadas de vaqueros.
Alfonso Durango U.
Excelente narración, aunque lo de las pulgas un poco fantástico. Felicitaciones.
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Buenos días Alfonso. Muchas gracias por tu comentario y tus felicitaciones. Un saludo.
Jaime Colmenares
Que buenos temas manejas Juan Camilo. Verdaderamente el mundo esta lleno de cosas curiosas y excentricidades, que no siempre se conocen. Gracias por mostrarnos esos relatos y lugares tan diferentes. Un abrazo
Luz
Bonito el comentario con especialidad lo dé las pulgas.
Patricia Peña
Muy interesante la lectura y el espectáculo que se hacía con los animales. Gracias.
adjcv-user
Buenas tardes Patricia. Te agradecemos que te tomes el tiempo de comentar. Es muy grato leerlos.