Hasta hace relativamente poco tiempo, la idea de nombrar las en honor a personajes ilustres, conceptos ideológicos o lugares emblemáticos era algo impensable. Los franceses de antaño jamás hubieran imaginado que pudiera llegar a haber una calle de la república, una de Luis el Grande o algo similar. Era sencillamente en su diario vivir que la gente nombraba sus calles y no la administración de París.
Si existía un molino en tal lugar, pues la vía se llamaba la calle del molino, lo que parece bastante lógico y natural. Si en determinado palacio vivía una familia muy importante, digamos los Montmorency, la gente la llamaba la calle de Montmorency. Si en un callejón solía haber muchos robos, el pueblo parisino tenía incluso el don del humor y la llamaba la calle del bolsillo cortado. Así se bautizaban las vías de la capital de Francia, tal como ocurría en otras partes en el mundo.
La gran pregunta es en qué momento y a quién se le ocurrió comenzar a llamar las calles con nombres que no tenían nada que ver con el lugar donde se encontraban. ¿Desde cuándo el Estado francés decidió hacer una plaza real, una calle del príncipe o una de Luis XIV? La respuesta está en la historia misma de este país, influenciada por la pretensión de los reyes y el Estado de dominar todas las formas de poder, de intentar monopolizar el uso de la violencia y el recaudo de impuestos. En pocas palabras, es lo que se conoce como la monarquía absolutista que Luis XIV definió magistralmente en una frase que seguramente ustedes conocerán, “el Estado soy yo”.
No es de sorprenderse que en la misma época en la que toda esta ideología comenzó a tomar forma, es decir en el siglo XVII, la municipalidad de París y los reyes se apropiaron de las calles parisinas o, mejor dicho, del privilegio de darles un nombre. La idea era revolucionaria y preveía un nuevo concepto de Estado ideal que evolucionaría hasta nuestros días; ese al que le pagamos impuestos, que garantiza la salud, que es el dueño de la justicia y del uso de las armas y que castiga a todo aquel que le conteste ese privilegio.
Con los poderes que comenzaron a adquirir desde 1600, a los monarcas borbones no les faltaba más que transmitir a través de las calles una ideología de sumisión y veneración por el rey. En 1605 por ejemplo, Henrique IV decidió crear una plaza magnífica y nombrarla la plaza real que hoy se conoce como la Place des Vosges. Tan solo dos años después apareció la calle Cristina, en honor a su segunda hija y en 1614 nacieron los muelles de Anjou, Borbón y Orleans. Tres muelles que celebraban a la misma persona, es decir Gastón de Anjou y Borbón, duque de Orleans, el hermano del rey.
Los Borbones estaban entonces haciendo de su corona y su familia el centro mismo de este país. Querían que todo girara a su alrededor y que acabaran de una vez por todas esos gobiernos feudales que todavía mantenían una cierta independencia ante la capital.
Querían organizar de manera racional todas las calles de París para transmitir de manera más clara sus pretensiones, una tarea bastante difícil porque la administración no podía cambiar todo de la noche a la mañana. El punto es que 100 años después, para reforzar este poder, empezaron a escribir en cada esquina y en placas de piedra el nombre de cada una de las calles capitalinas, algo que en principio no tenía mucho sentido en una sociedad donde la gran mayoría de personas no sabían leer.
Las autoridades, no obstante, se dieron cuenta rápidamente de que la cosa era más complicada de lo que se imaginaban porque, como antaño eran los habitantes los que nombraban las calles, había varias con el mismo nombre. Era el caso de las cinco calles de los agustinos en las que ésta orden religiosa tenía una sede. Existieron también cuatro calles de Orleans y San Luis, tres calles de abrevadero, del paraíso, del infierno y de la cerámica. Incluso, una misma calle podía tener dos nombres distintos. Así, la actual calle del camino verde también se llamaba la de los almendros, o la calle de Blanca a la que la gente denominaba la de la cruz blanca.
En todo caso, la estrategia terminó por consolidarse y se perpetuó hasta nuestros días. Así fue como nacieron varias calles en honor a la monarquía que la república cambió de nombre a su favor. Por eso es que la plaza Luis XV se llama ahora la de la Concordia, la antigua plaza del trono es la de la Nación, la de Luis IV se llama ahora de las Victorias y la calle del Príncipe Eugenio es hoy en día la de Voltaire.
Esos cambios no son del todo negativos. Cierto, la gente ha perdido un bellísimo privilegio pero, habiendo vivido en la calle de la cuarentena, de los enanitos y la graciosa, me queda la angustiante sospecha de cuál habrá sido en ese entonces la inspiración de los franceses al nombrar sus calles.
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Piedad lucia
Muy interesante !
Francisco lux
Muy ilustrativo
Excelente
Lupe
Me gustan las calles con denominación como las del Barrio La Candelaria o en la Ciudad Antigua de Cartagena, me producen un dejo nostàlgico que me atrapa.
Gracias por esas bellas
notas históricas.
Claire
Muy interesante el texto y gracias por publication .