Al contrario de la mayoría de las grandes ciudades europeas, San Petersburgo fue creada de la nada con el fin de convertirse en la capital del Imperio Ruso. Un buen día, el Zar Pedro I se levantó con un capricho belicoso y ordenó construir una urbe a las puertas del reino de Suecia, para hacerle entender de una vez por todas a sus vecinos a quién le pertenecían estas tierras.
Los planes de la ciudad debían reflejar la magnificencia del emperador y su diseño en forma de medialuna servía para que todas las avenidas nacieran y terminaran en el palacio imperial, como los rayos de un sol venido a iluminar el mundo. Ya saben ustedes que los zares no perdían su tiempo en fingir modestias banales. Imagínense entonces estar en esa situación y entender sus implicaciones; poder inventarse su propia capital, hacer una infinidad de versiones y diseños dependiendo de sus gustos o de la imagen que quisieran mostrar de su imperial dignidad. Pues bien, Pedro I estaba empeñado en crear en su nórdica Petersburgo una nueva Venecia repartida en 40 islas, bañada por 53 ríos y canales y, claro está, decorada con un sin fin de suntuosos puentes.
Lo que no se esperaba era que le estaba legando a sus súbditos, no solo una bellísima ciudad, sino una interminable y secular discusión por saber cuántos puentes existen en la antigua capital del Imperio. Los petersburgueses adoran hablar de sus puentes, los admiran, los ven como su rasgo característico, pero ninguno, y digo bien n-i-n-g-u-n-o, es capaz de decir con precisión cuántos de ellos existen. Algunos afirman que son 342, otros responden que 403 y algunos se emocionan subiendo la subasta a 650, 800 y hasta 1002 puentes. Ya ven la importancia que les dan porque, si no fuera por sus puentes Petersburgo moriría, o ¿de qué otra manera atravesar sus gélidas aguas? ¿Nadando? no solo es prohibido, sino que su solo contacto con la piel los persuadiría de lo contrario.

En su diario vivir, cada petersburgués debe atravesar como mínimo unos 6 puentes al día y algunos llegan a pasar en 24 horas hasta 15. Por esa razón es que los hay de todos los tamaños y de todos los estilos posibles. Están los grandes puentes de hierro con sus faroles de cristal sobre el río Neva, los medianos como aquel sobre el río Fontanka, flanqueado por 4 estatuas ecuestres frente a las cuales es inevitable pasar sin admirar las crines al aire de unos caballos encabritados, con sus venas agitadas que transmiten toda la fuerza del animal.
Otros, más pequeños, tienen la facultad de ser también los más elegantes, como el puente de los leones blancos; une puentecito colgante de unos 20 metros sobre el canal Gribaedova que se ha convertido en una de las postales más típicas de Petersburgo. Algunos incluso se permiten ser verdaderas joyas, como sucede con aquel puente de los Grifos con sus alas doradas que nos transportan a los parajes babilónicos del rey Hammurabi, pero que tiene el infortunio de haber sido bautizado el puente del banco.
En realidad, Petersburgo revela su más enigmática belleza durante el verano, en ese periodo del año que llamamos las noches blancas, porque el sol jamás se oculta del todo y apenas se inclina al horizonte tiñendo el cielo con los rojos y naranjas de la taiga rusa. En esos pocos meses de interminable luz, cientos de petersburgueses se reúnen cada noche a la orilla del río a la espera del momento en el que los puentes levadizos se abren simultáneamente. La ciudad queda entonces dividida durante algunas horas, imposible pasar al otro lado del río hasta que los puentes no decidan devolverle la vida y la circulación a la ciudad.
Es justamente a la 1:30 de la mañana que sobre las agujas doradas del almirantazgo y de la Catedral de Pedro y Pablo se refleja un eterno atardecer casi polar, mientras los puentes se elevan lentamente y una caravana de barcos comienza su desfile hacia el lago Ladoga cerca de Finlandia y, de ahí, hacia las entrañas mismas de Rusia, el río Volga.
La gente hace un silencio sepulcral, se queda varios minutos viéndolo todo y apenas se oye el chocar de las botellas de vodka y de cerveza que irrigan la noche y complementan la escena. Inevitable entonces no recordar esos versos del poeta Pushkin cuando escribía refiriéndose a San Petersburgo: te amo a ti, creación de Pedro, amo ésta tu gracia severa, la poderosa corriente del Neva, el granito bordeando su ribera.
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Que bella su publicación!
Muchas gracias por tu comentario. Nos alegra que lo encuentres agradable.
Acabo de inscribirme en el blog, lo hice con cierta duda, pero leyendo el primer artículo sobre San Petersburgo me sentí casi presente, excelente narrativa, muy buenos detalles, casi gráficos, genial.
Buenos días Darío. Qué emocionante leer este tipo de comentarios. Nos alegra haberte sorprendido gratamente. Un saludo.
He leído varios escritos suyos de excelente narración como los antes presentados, y ademàs de amenos y agradables presentan un trasfondo cultural importante.
Buenos días Rafael, muchas gracias por tu amable comentario. Esperamos seguir leyéndote en nuestras próximas entradas.