A lo largo del tiempo, el río Sena ha sido espacio de distintitas actividades y anécdotas. Lee el siguiente artículo y descubre el pasado de este hermoso patrimonio vivo de la humanidad que atraviesa y define a la ciudad de La Luz y a todos sus habitantes.
¿Qué sería de París sin el río Sena? ¿Qué sería de la vida de esta ciudad sin sus dos islas, sin sus riberas, sin sus puentes? Todo el que viva en París tiene que vérselas con el río de una u otra manera, pase por donde pase. La Ciudad Luz está definitivamente dividida en dos partes y es este río la principal causa.
Sin embargo, antes de que el Sena fuera el plácido lugar que es hoy, donde los vendedores de libros antiguos venden sus tesoros y las parejas van a pasar las tardes, fue un lugar de trabajo y algarabía vital para la ciudad.
Ese era el río donde los aguadores llegaban para llenar una y otra vez sus baldes, sobre todo en tiempos en donde el fuego de las estufas generaba esporádicos incendios. Un río donde el pescado fresco se abría, se limpiaba y se vendía directamente, al punto que el impuesto a la pesca fue la principal fuente de ingresos de la ciudad durante mucho tiempo. Se cobraban 6 denarios por cada pescado vendido en el mercado, pero 20 soles por el atún blanco y los salados. No es absurdo entonces, decir que las fortalezas de París se construyeron, al fin y al cabo, con lo que produjo ese mismo pescado.
En el río Sena de antes, todavía había molinos de agua que, al mismo ritmo de las lavanderas, golpeaban diariamente el agua fría y viva para producir harina. Por su parte, las lavanderas llegaban a la isla de San Luis con sus musculosos brazos, para alegrar con sus cantos las orillas del río. Victor Hugo escribió un día lo siguiente sobre ellas: “Había mucho alboroto entre las blanqueadoras, gritaban, hablaban, cantaban de la mañana a la noche a lo largo del borde y golpeaban fuerte la ropa, como se hace en nuestros días”.
Si el río ofrecía muchos productos vitales para la ciudad, también debía llevarse otros, y eso lo aprendieron muy pronto los carniceros y curtidores de París. La sangre de los animales abatidos y los líquidos putrefactos que salían de los cueros, se juntaban por medio de canales frente à Nôtre-Dame, antes de correr como una mancha larga y grisácea que evacuaba París. Era en esa misma agua donde los parisinos se bañaban y saltaban felices en verano para refrescarse.
A veces, el Sena se volvía peligroso y toda la ciudad sufría las consecuencias. Se congelaba de repente, como durante el terrible invierno de 1709, cuando las temperaturas cayeron a 30 grados bajo cero creando una bruma mortal para la ciudad. Así lo recuerda el duque de Saint-Simón, quien escribió un día que el invierno había vuelto sólidos todos los ríos hasta sus desembocaduras. Fue por esa razón que unas 20.000 personas perecieron de frío en París y sus alrededores. Era la época cuando, tras la llegada de la primavera, bajaban por el Sena los peligrosos témpanos de hielo, que se llevaban con ellos a pescadores, marineros y todos aquellos que trabajaban y vivían sobre el río.
En esas ocasiones, no había otro remedio que atravesar las peligrosas aguas con pequeñas barcas, porque los puentes de entonces eran escasos y frágiles. El río, no solo se congelaba, sino que a menudo era testigo de los peores incendios de París. Así fue como pasó el 22 de abril de 1718, cuando el descuido de un habitante hizo que olvidara en su casa una vela dedicada a algún santo protector. De la casa, que se encontraba sobre el puente pequeño que llevaba a la catedral de Nôtre-Dame, comenzó a salir humo de inmediato, y pronto sus vecinas fueron consumidas por un incendio voraz que se llevaría las 22 casas del puente y que nunca fueron reconstruidas.
Con el tiempo el Sena fue cambiando; se dejó dominar poco a poco por sus inquilinos, bajo la vigilancia estricta y tenebrosa de la fortaleza de Bastilla que fue testigo de todos esos eventos. El río se convirtió en un río oficial y policial. La gente no volvió a nadar en él, so pena de multas. Nadie se volvió a lanzar de sus puentes, a no ser que quisiera terminar con sus días durante el invierno. Los barcos se anclaron firmemente a la orilla, en los que ahora algunas personas viven pero no navegan. Ya nadie viaja por el río y el que lo hace, lo hace para ver precisamente lo que hay en las calles. Ahora el Sena se ha vuelto un patrimonio de la humanidad para la Unesco, hecho que lo hizo entrar lamentablemente en la categoría de piezas de museo tan vivas como lo son Tutankhamon y otras figuras inertes.
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Martha Liliana Álvarez
Me encantan estas historias, son muy ilustrativas y se sienten cotidianas.
Marta Isabel Ortiz
Además de encantarme la historia, su manera de contarla es amena.
Rosa
Una linda forma de culturizarse!
Para mi, es un aprendizaje continuo y pla entero a la vez.
Maria luisa
Me deleito con sus historias en especial de Paris. Gracias por compartir